
Un dato curiosos acerca de las emociones es que, todos los estudios que se han realizado sobre ellas, nos desvelan que todos los seres humanos sentimos las mismas emociones a todas las edades y en todas las partes del mundo. La única diferencia es la forma en la que se gestionan y se expresan.
Hay una emoción que consideramos negativa porque nos hace sentir mal y desearíamos no tenerla: La Ira. La Ira también puede llamarse enfado, rabia o enojo. Pero ¿Por qué nos enfadamos?
Imaginemos que, de repente, un compañero nos rompe intencionadamente un objeto que apreciamos. Si no tuviésemos la capacidad de enfadarnos, ese compañero no entendería que eso nos ha molestado mucho y volvería a repetir ese acto en otras ocasiones. Es decir, la Ira nos ayuda a defender nuestros límites, nuestras ideas y le hace entender a otros que algo nos molesta.
Primitivamente, la Ira surgía ante una amenaza territorial o personal. Cuando la emoción de la Ira se dispara nuestro organismo se prepara para la acción: el corazón se acelera, aumentamos el ritmo respiratorio, los músculos se tensan, las cejas se arquean (esto nos servía para proteger los ojos ante una pelea física), la mandíbula se pone rígida (esto también podemos observarlo en muchas especies animales, es un sistema de protección de los dientes, vitales para la supervivencia y que además causa una imagen al otro de agresividad) y nuestro pelo se eriza (actualmente al ser menos velludos no vemos esta señal pero sí que la podemos observar en algunos animales). Todos estos cambios son lo que llamamos cambios fisiológicos. Nos preparan para una posible pelea o para ahuyentar a nuestro enemigo.
Bien, ahora no vivimos en la era primitiva, sin embargo, pensad en alguna ocasión en la que hayáis estado muy enfadados: ¿Qué cambios en vuestro cuerpo habéis notado? ¿Cuáles se dan con mayor intensidad?
Por otro lado, tenemos la parte cognitiva, lo que pensamos cuando nos invade la Ira. Estos pensamientos giran en torno a la idea de que el otro (o los otros) está/n haciendo algo que consideramos intolerable. Atenta directamente con nuestra forma de entender cómo deben ser las cosas. Está diciendo o haciendo algo que no vamos a permitir. En algunas personas pueden aparecer pensamientos hacia el otro de rechazo, insultos o descalificativos. Algunos ejemplos pueden ser: “¿Pero qué se ha pensado? No pienso hacer lo que me está diciendo ¿se ha vuelto loco?” ” No me lo puedo creer, ¿cómo se atreve a hablarme así?” “Siempre me hace lo mismo, estoy al límite, no pienso aguantar más” ” Hasta aquí, ahora se va a enterar de quién soy yo”. Como podéis ver, estos son solo algunos ejemplos de pensamientos que todos podemos tener cuando alguien nos hace enfadar. Percibimos que el otro ha invadido un límite que no debe pasar, que ha cometido una acción que sentimos como una amenaza a nuestras ideas, nuestra forma de vida o nuestro proyecto de mundo. Todos tenemos una idea personal de cómo deben ser las cosas y cómo deben hacerse. Tenemos un margen de tolerancia, pero cuando alguien rebasa ese margen, nuestro cerebro se pone alerta y percibimos una invasión de nuestro límite.
Hasta aquí todos los seres humanos tenemos los mismos registros fisiológicos (lo que le ocurre a nuestro cuerpo) y cognitivos (el tipo de pensamientos que tenemos al estar enfadados). Lo que cambia de unos a otros es la forma en la que expresamos el enfado: podemos hablar, podemos gritar, podemos estar todo el día sin hablar, podemos dar golpes a objetos, podemos irnos de la situación, podemos tomar una actitud amenazante y agresiva, etc.
Cada persona responde de una manera diferente cuando está enfadada dependiendo del grado de enfado, de nuestro estado anímico previo, de cómo hemos aprendido a expresar el enfado…
Pero ¿Cuál es la más correcta de todas? Pensemos que cuando la emoción de la Ira se ha apoderado de nosotros, estamos preparados para la acción: para defender o para atacar. Es algo que nos viene de serie, está en nuestros genes, nunca vamos a poder evitar enfadarnos. De hecho, esta emoción nos ha ayudado a sobrevivir como especie pues nos ha permitido defendernos ante otros seres vivos o ante nosotros mismos luchando por comida o territorio. Pero en la actualidad y en nuestro día a día, no es necesaria una respuesta agresiva puesto que no estamos respondiendo ante un ataque a la comida o a la vivienda. Sin embargo, y puesto que está programado en nuestro cerebro, a veces podemos responder con agresividad. Está agresividad nos va a llevar a decir o a hacer cosas desproporcionadas a la situación y de las que luego nos vamos a sentir culpables. En el momento en que estamos enfadados no somos capaces de ver que lo que estamos diciendo o haciendo es exagerado, sin embargo, cuando la ira se pasa, sí que podemos darnos cuenta de que hubiese sido mejor actuar de otra manera.
¿Cómo controlamos entonces nuestro enfado y a la vez defendemos nuestras ideas? Como hemos visto, actuar de una manera agresiva no es la mejor forma. Pero tomar una actitud pasiva es igual de perjudicial porque los demás no entenderán qué nos molesta por lo que seguirán haciéndolo y, finalmente, acumularemos mucha tensión que tarde o temprano saldrá en forma de insomnio, ansiedad, depresión, aislamiento, consumo de sustancias….
La Psicología ha demostrado que la mejor manera de actuar ante el enfado es teniendo una respuesta asertiva. Esto es, tener la capacidad de defender nuestros derechos respetando los derechos de los demás. Requiere de práctica y tiempo, pero es una respuesta que nos ayuda a canalizar nuestra Ira y, a la vez, a hacernos entender.
A continuación, os voy a enseñar una serie de pasos para poder dar una respuesta asertiva en momentos de enfado:
1) En primer lugar, si estás muy enfadado utiliza la técnica de “tiempo fuera”: Dile a la otra persona que estás muy alterado y que necesitas estar a solas y tranquilizarte. Vete de la escena de conflicto una vez se lo has comunicado a la otra (o otras) persona/s. Respira hondo, las veces que sean necesarias, hasta notar que tu corazón vuelve a su ritmo habitual. Relaja los músculos con unos sencillos estiramientos. No pienses en el conflicto. Tu mente debe estar pendiente de relajar el cuerpo, la respiración y el corazón. Cuando ya estés calmado puedes pasar al siguiente punto.
2) Una vez relajado y a solas, piensa cuál ha sido el motivo que te ha enfadado tanto. Intenta pensar en él objetivamente, dejando fuera tu propia interpretación personal de los hechos. Por ejemplo ” Mi hijo ha llegado más tarde de la hora que le dije” “He llegado a casa y estaba todo sucio” ” Mi pareja me ha dado una mala contestación” ” No nos ponemos de acuerdo en qué hacer estas vacaciones”…. Como veis, es pensar en la situación o acontecimiento que ha disparado nuestro enfado, de manera que lo hagas sin juzgar a la otra persona ni a tí mismo.
3) Piensa qué es lo que quiere la otra persona. Ponte en su lugar, no se trata de que lo justifiques ni que lo apruebes, si no de que lo entiendas. Piensa porqué ha podido actuar así, porqué ha podido hablar así, porqué piensa así. Intenta hacerlo de una manera objetiva, sin pensar en tu propia opinión. Se trata de que veas la situación desde su perspectiva.
4) Piensa qué es lo que quieres tú. En muchos momentos de enfado, acabamos discutiendo sin saber muy bien qué es lo que realmente queremos. Así que piensa qué pides tú, cómo te gustaría que fuesen las cosas.
5) Analiza si lo que tu quieres es algo posible y cómo podría hacerse en la práctica. Por ejemplo, no puedes pretender que alguien “sea más cariñoso”, pero sí puedes hacerle una petición concreta “dame un beso al llegar a casa”. No puedes pretender que alguien impuntual se convierta en un reloj, pero sí puedes hacer una petición más concreta “Ponte una alarma 15 minutos antes de nuestra cita y si ves que vas a llegar tarde avísame”. La clave está en que no puedes cambiar a una persona, lo que sí puedes pedir es cambios de conductas concretas, pero para ello, primero tienes tú que hacerle una propuesta muy concreta. Si no consigues pensar en cómo podría hacerse, quizás estás exigiendo algo que no puede cambiarse….
6) Después de haberte tranquilizado, haberte puesto en el lugar del otro, haber pensado qué es lo que tú quieres y cómo podría hacerse, ya está preparado para hablar con la otra persona. Pregúntale si esta tranquilo para conversar y llegar a un acuerdo en común. No solo tienes que estar tú abierto a hablar, también la otra persona. Si es así, explícale con tranquilidad y pausadamente qué es lo que te ha molestado (la situación y cómo tú la has interpretado), dile que entiendes su postura y el porqué y hazle una propuesta concreta de cambio agradeciendo que quiera intentarlo.
Ejemplos: “Hijo, cuando llegas tarde a casa, me preocupo muchísimo porque pienso que te ha pasado algo malo, quizás tú pienses que soy una exagerada y entiendo que eres joven y te has entretenido más de lo pactado con tus amigos porque te lo estabas pasando bien. ¿Qué te parece si la próxima vez te pones una alarma en el móvil 15 minutos antes de la hora de llegar a casa y así, si ves que vas a llegar tarde, me puedes avisar? Así no nos volveremos a enfadar por esto”
” Cariño, cuando he llegado a casa y estaba todo sucio, he pensado que soy el único que se preocupa de que la casa esté limpia y que no valoras mi trabajo. Entiendo que a lo mejor no has tenido tiempo o no le has dado la importancia que yo le doy, quizás debamos organizarnos de alguna manera para que no volvamos a enfadarnos por esto ¿Qué te parece si hacemos un cuadrante de limpieza para que cada uno se responsabilice de unas cosas?”
” Ana, cuando me has hablado irónicamente, me has hecho sentir mal porque he pensado que ya había hecho algo mal y no sé porqué y eso me enfada mucho. Entiendo que a lo mejor soy más despistado y he podido hacer algo que te haya molestado sin darme cuenta, ¿Qué te parece si la próxima vez me dices tranquilamente qué te ha molestado y así podemos hablarlo?”
Como podéis ver en estos 3 ejemplos, podemos decir las cosas que nos han hecho enfadar para que la otra persona las entienda, podemos ser capaces de ponernos en su lugar y podemos sugerir cambios concretos para mejorar la situación.
Intentad poner en práctica estos sencillos consejos la próxima vez que os enfadéis y comentad los resultados para que todos podamos ir mejorando nuestra respuesta ante la Ira.
Espero que os sirva de mucha ayuda 😉
¡Nos vemos en la siguiente entrada!
Psicóloga Noelia Isardo Pedroche
http://www.ispeval.com
Facebook: http://www.facebook.com/ispeval
Compártelo con tus contactos:
Me gusta:
Me gusta Cargando...